viernes, noviembre 03, 2006

DICTADURA DE LA IRRACIONALIDAD

DICTADURA DE LA IRRACIONALIDAD

Todavi­a en Quisqueya es posible intercambiar oro por espejitos. Esto no es un cuento. Diversas situaciones que se imponen, nos lo dejan ver: El deterioro del nivel de vida, y la polarizaciĂłn de la sociedad; la actitud poco cauta de los Ăşltimos gobiernos y de los grupos econĂłmicos y polĂ­ticos de poder, que estĂĄn llevando a la naciĂłn por senderos impredecibles y sumamente peligrosos.

El irrespeto a las normas e institucionalidad, cada vez mĂĄs corroe la cimiente de todo lo creado. El Estado, va perdiendo el apoyo y la credibilidad de sus miembros. Muchos lo conciben como una entelequia. Otros, quieren sacarles todo el provecho posible. Por esto, roban, malversan desvĂ­an los recursos que deben administrar o quieren una “botellita”.

Aun asĂ­, lo peor de todo radica en otra parte: la desprotecciĂłn. Esta nos envilece, nos hace actuar contra todo y todos. Por eso, oĂ­mos y vemos muchos procederes extremistas, inhumanos y destructivos. La bĂşsqueda y construcciĂłn del futuro individual empuja a cada cual por el sendero que crea mĂĄs cĂłmodo, fĂĄcil viable. El crecimiento, ya personal, familiar y social, nos empujan a verlo fuera del contexto del sueĂąo propuesto por Duarte y los intereses nacionales.

Por esto es comĂşn, a nivel gubernamental, el enfoque, la confusiĂłn o el enlace de nuestro futuro con el camino que llevan los Estados Unidos. A nivel individual muchos vemos la realizaciĂłn de las apetencias creadas, simplemente con una visa. Dar sus mejores aĂąos y esfuerzos en las factorĂ­as o explotar las debilidades que tiene la juventud norteamericana con los vicios son algunas de las v­as que utilizan buena parte de nuestros nacionales, para alcanzar el sueĂąo americano.

La irracionalidad en el diario vivir, nos hace negarnos y actuar en contra de lo que somos. No son raros los casos de hijos que niegan la buena voluntad de sus padres que viven en el exterior quienes tratan de mejorar su nivel de vida. Igual sucede en la escuela, mientras mas facilidades tienen los estudiantes, mayor apatĂ­a y menor rendimiento. La unidad que debe surgir ante las dificultades y amenazas comunes, el temor y el egoĂ­smo, las disipan. Solo los peores se sienten en sus aguas. La poblaciĂłn desunida, sufre carencias, terror, inseguridad y la envidia de unos y otros de sus miembros.

Cada cual quiere resolver sus problemas. Las calles y los vecindarios se convierten en lugares peores que la selva. Todos estamos contra todos. Al vecino le molesta, que el que vive a su lado estĂŠ progresando y lo demuestra. Los frentes de las casas y desde dentro de ellas se convierten en escenarios, para ver que comen o no comen, si compran o no compran algo, quienes son espiados y sufren por eso. Esta prĂĄctica, que se ha multiplicado, trae muchos pleitos y desgracias a la familia dominicana.

Los comentarios que allĂ­, en los frentes, se hacen, son informaciones de primera manos para los “ubicadores” al servicio de la delincuencia organizada. Esta, organizada de diferente forma y con presencia en los barrios a travĂŠs de “las naciones”, utiliza a los mĂĄs jĂłvenes( “niĂąos realengos”), para vigilar a aquellos que son mĂĄs organizados y tienen perspectivas de avanzar. No son pocos los vecinos que se alegran cuando los anteriores son atracados o robados. El deseo de que nadie en el barrio avance, motiva a estos envidiosos, malos vecinos, multiplicadores de miseria y bebedores de cervezas regaladas, a sentir regocijo en sus corazones.

Todos creemos que los otros estĂĄn obligados. Pocos recordamos el grado de responsabilidad que nos toca en cada caso. Los comerciantes y los chĂłferes del transporte pĂşblico, suelen negar la propiedad y la posibilidad de influencia del gobierno en sus negocios, cuando se les exige por sus abusos. Cuando se sienten ahogados por los impuestos y los gastos en que incurren, entonces lo llaman abusador. ÂĄQuĂŠ contrariedad! Cuando protesto ante lo que creo es una injusticia o abuso, el pĂşblico me recrimina, me quiere callar con la expresiĂłn de que “no me meta”. En un gran publico, poco se inmutan por esto. Cuando un pasajero protesta o se siente atropellado por los abusos de un cobrador, aparecen decenas de pasajeros que le “caen como la conga”, a quien protesta. Les dicen “que se compre un carro”. Esto les ha dado mucho poder a los cobradores y les ha hecho olvidar a quienes ellos se deben.

Al sentirse aprisionados por la situaciĂłn que les ahoga, muchos han optado por emigrar con los suyos a otros paĂ­ses. ÂĄEs difĂ­cil vivir desconfiado hasta de su sombra, como vivimos! Esto es aprovechado por las autoridades para no cumplir con sus responsabilidades, lo que agrava y pone en peligro el porvenir nacional. Piense usted en las enfermedades que nadie las llama, pero vienen; en los accidentes, que estĂĄn a la hora del dĂ­a; en la vejez, para el que no tiene nada garantizado, ademĂĄs de que los hijos no quieren velar por sus padres.

Hemos dado demasiada cabida a la vieja manĂ­a impuesta por los tĂŠcnicos de querer engaĂąar a todos a los que le ofrecen su servicio. El auge del tercer sector de la economĂ­a, ha servido como soporte para esto. Pocos tienen ĂŠtica. Al estar difamados los diferentes sectores, los individuos que podrĂ­an ser la excepciĂłn, son vistos con suspicacia. Los malestares que crea esa situaciĂłn en los sectores pulcros, son fuentes de entrada lĂ­quida para los sinvergĂźenzas. Al tener todos, en algĂşn momento, necesidad de servicios, somos proclives a ser o sentirnos engaĂąados.

El no miramiento de las normas elementales de cortesĂ­a, dificulta la posibilidad de armonĂ­a entre los individuos. El afĂĄn de erradicar las desigualdades en el trato, tocĂł esa parte en que los individuos se obligan a ser comedidos y afables. Hoy por hoy, las actitudes groseras seĂąalan una importante cifra en los conflictos, en la interacciĂłn. La familia, el vecindario y las calles, son los escenarios donde se manifiestan la mayor cantidad de roces que degeneran en desgracia. La mayorĂ­a de los individuos andan mentalmente dispuestos a acabar con el otro. Las ofensas orales, luego las gestuales y por Ăşltimo en el orden que precede a un fatal desenvolvimiento.

Hay poca disponibilidad a “coger trote” con nadie. Donde la hay, la experiencia demuestra, hijos y personas malagradecidas. Muchas personas con serias deficiencias, con actitudes groseras rechazan ser ayudadas, asĂ­ se niegan a dar un paso en la vida.

La irracionalidad es tal que, en muchos casos, la poblaciĂłn siente y habla de una componenda ente las autoridades y la delincuencia. VendrĂ­a a motivar esto, la permisividad manifiesta con los delincuentes despuĂŠs de ser atrapados, la familiaridad en el trato entre policĂ­as y reconocidos delincuentes; el hacerse de la vista gorda antes el robo de casi todas las tapas de imbornales y de registro de drenaje sanitario de la capital; ver el robo del tendido elĂŠctrico, tanto pĂşblico como privado, con indiferencia. Esto ha traĂ­do consigo el linchamiento de uno que otros intranquilizadores y podrĂ­a crear situaciones peligrosas.

Este “sĂĄlvate como pueda”, enfrenta a los pobladores entre sĂ­. Permite a inversionistas como los del sector elĂŠctrico, recurrir a la manida prĂĄctica de apagar las plantas productoras de energĂ­a elĂŠctrica cada vez que les parece. Por igual, abren las puertas al discernimiento y conocimiento, de cual es el verdadero rol de los que trabajan en la superintendencia de electricidad. Sus sueldazos les hace descubrir y seĂąalar las mil y una formas en que se roba (truquea) la electricidad. Pero, se ciegan ante la mala fe y el encubrimiento de las tĂŠcnicas utilizadas por los productores y distribuidores para engaĂąar al gobierno y a los usuarios. TambiĂŠn muestran condescendencia con la incapacidad o desinterĂŠs de las distribuidoras de electricidad en salir a cobrar la energĂ­a. Por igual, cubren lo fĂĄcil que le resulta que el gobierno pague el subsidio para asĂ­ evitanse tener que eficientizar ellos mismo los mecanismos de cobro.

La imposiciĂłn del estilo de vida rapaz ha colado la dictadura de la irracionalidad. La vida diaria lo seĂąala con: el trato grosero en el roce en el transporte; el desprecio entre parroquianos, sobre todo jĂłvenes, por la vida; el poco interĂŠs, de casi todo, en ser provechosos; la apariciĂłn de muchos “avivatos” por cada proyecto desarrollista; la incredulidad o creencia solo en lo que conviene en el momento. Esta situaciĂłn provoca resentimiento social, desconfianza entre individuos, ruptura, parasitismo e irresponsabilidad en el seno familiar.

No nos extraĂąa la idea que se ha vertido de “que somos un Estado fallido”. Las debilidades manifiestas en las instituciones que nos conforman y la administraciones destructivas que hemos tenidos, no dejan mĂĄs que pensar en el grado de verdad que tiene esa deducciĂłn. Con palabras, el gobierno habla de la falsedad de esto. Con hechos –como la desatenciĂłn a la familia, a la salud, la escuela, y al trabajo- lo confirma.

Es hora de revertir la situaciĂłn que nos embarga. Debemos deponer las actitudes egoĂ­stas y malsanas que nos hacen creer que somos seres individuales que no necesitamos del otro. Aunque el gobierno debe ser el centro de esto, todos debemos esforzarnos por jugar un rol positivo en la sociedad. Cada cual desde su espacio debe asumir educar mejor, ser mejor ciudadano, irradiar armonĂ­a, dar un mejor servicio en su lugar de trabajo, mostrar el orgullo de ser dominicano.

Hemos de priorizar entre las necesidades. Los polĂ­ticos deben dejar de estar seĂąalando lo mal que lo hace el gobierno de turno. En vez de esto, deben sentarse, ver y escuchar las necesidades de la poblaciĂłn y, en base a estas, elaborar planes para ser ejecutados siempre de acuerdo con nuestras posibilidades. Frenemos la voracidad agiotista de los comerciantes. Creemos polĂ­ticas para disminuir las morbosas exhibiciĂłn de opulencia ante los pobres, que muchas veces no tienen que darle de comer a sus hijos.

El gobierno debe dar seĂąal que de ĂŠl emana el poder. Debe frenar a los encargados de ciertas legaciones de expresarse y actuar con la autoridad, la capacidad de lobismo y el descaro, con el que lo hacen en suelo dominicano. Ni las imposiciones ni el dinero del BID y el Banco Mundial han de cogerse como pautas, como sucede, para la elaboraciĂłn de la polĂ­tica educativa.

Gerson de la Rosa