miércoles, octubre 30, 2013

EL CRITERIO MERCANTIL DE NUESTROS GOBERNANTES

Para 1961, en lo fabril, social y educativo, gozábamos, comparativamente con otros países, sobre todo del Sudeste asiático, de ciertas ventajas. Llegó la democracia y, aquellos sectores que se cobijaron bajo la sombra de la dictadura, vieron su oportunidad de arrebatar los poderes político, económico y militar que monopolizaban la familia Trujillo. La burguesía, que sacó cabeza en esa circunstancia, subió con la voracidad de 31 años de anodinicidad y despersonificación. Se robó todo lo construído en esa época, el sentido social de las empresas del tirano y el pensamiento de derecho de una población que solo ha sabido aportar sacrificio, sangre y muertos. La adormecieron con el cuento de la democracia, precio que sólo ella debe pagar. Con el cuco del comunismo, justificaron y se lanzaron al saqueo más atroz que, en esa época, se haya hecho contra un Estado. Mientras tanto, la población sufría hambre, era masacrada y, de forma vertiginosa, la despojaban de sus tierras y las posibilidades de empleos. Comenzaron a formarse, los hoy, grandes cinturones de miseria de la capital. Con las dádivas (funditas) y la creación del “sistema de botellas” (empleos improductivos o parasitarios), se anestesió el espíritu de lucha por el empleo. A base de mentiras y subterfugios, han readaptado el Estado trujillista, sacándole todo el beneficio posible. Las desmedidas ansia de lucro, erosionan el Estado que no han sido capaces de crear, mucho menos transformar. Unidos con algunos que fueron verdaderos anti-trujillistas, sin peligros latentes, personalizan un régimen que sus acciones, cada vez, despiertan en una población hastiada, deseos de control y gobernanza. Los sectores de poder económico, debido a su falta de personalidad, encumbran al presidente de turno para que les permita sus correrías. Por esto, prostituyen las elecciones repartiendo dinero entre los posibles ganadores. También, manipulan informaciones y encuestas, resaltando al candidato que más le favorezca en el momento. Cuando las elecciones pueden mostrar resultados que no satisfagan sus expectativas, les echan jabón al sancocho o, por lo menos lo intentan. La historia de cada partido y gobierno que ha llegado al poder es la de hacer su grupito de millonarios. Ese es el único objetivo que siempre se materializa, aunque no se esgrime, en las campañas electorales. La modernización y eficiencia de los organismos del Estado, aunque se habla de ellos, nunca han sido prioridad. Por eso, vemos como se han deteriorado todos los servicios, excepto los recaudadores. Ahondan la incredulidad en la solución de cualquiera de los retos que nos plantea la existencia como nación. La función de los funcionarios es precisamente ser infuncionales en cuanto a sus obligaciones públicas. Sus accionares se circunscriben a ser raudos y veloces y eficientes en las realizaciones de obras y contratos con suplidores que les dejen altos dividendos y jugosas comisiones. Buena parte de la prensa hace causa común con estos para construir ficticias necesidades con proyectos que más que beneficiar a las comunidades, les auguran a ellos pingües beneficios los cuales comparten con empresas corruptas y corruptibles. Están de moda, desde finales de siglo pasado, las sin sentido de ser superintendencias. Allí, se expresa en grado superlativo la enemistad de los políticos gobernantes con los gobernados. Siendo intermediarios entre los sectores empresariales y los servicios que prestan con los usuarios de los mismos, de forma descarada, todas las normativas que “elaboran”, así como los supuestos estudios que hacen, parece que son obras de los sectores prestadores. Ejemplos concretos, claros y fehacientes tenemos en las empobrecedoras superintendencias de bancos, electricidad e Indotel. Estas juegan con la extensión del tiempo que dan a las empresas para responder las quejas de los usuarios versus la inmediatez de pago que se le exige y asigna a los usuarios en el pago de servicios. ¡Este es el estado de derecho del cual tanto se parlotea! La política se degrada cada vez más. Aspirar a la postulación del más bajo puesto en la más apartada comunidad, exige tener dinero. Los partidos se han convertido en diques que no sólo represan voluntades, esfuerzos y propuestas de individuos para gobernar, también dinero y movilización de estos recursos. El que llega a una posición, lo primero que recuerda es la inversión que hizo. ¡Este es un negocio que no tiene reales regulaciones! ¡Hay que sacarle “hasta que se rompa el cuero”! Por eso no se atiende a la mejora de los servicios. Los últimos gobiernos se han manejado con criterio mercantil para lo que quieren. Nos viven embruteciendo siempre que nos quieren sacar más. Después de darle “pa`bajo” a las últimas empresas del Estado con la llamada capitalización, prostituyeron las organizaciones de base. Hoy, los sindicatos, clubes, juntas de vecinos, asociaciones y otras, están llenas de adocenados que están ahí en búsqueda. Con gente habilidosísimas para buscar dinero, aunque sin fuerza o verdadera representación en los sectores que se desenvuelven, peleándose entre ellos, mantienen los esqueletos de las instituciones. La sociedad conoce, vive y sufre el deterioro institucional a que ha sido sometida. Aunque se habla y denuncia la situación, estas voces caen en una telaraña de canales que frenan toda iniciativa. Una parte de la prensa, saca a flote algunos de los más cascareados casos. Aún así, no pasa nada. Cada semana tenemos un caso que supera y desplaza al anterior. Se crearon la DPCA y la comisión de ética. A quienes instituyeron estos y a los que asumieron, deberían darle una pela desnudos en una plaza pública, por las constantes burlas a que nos tienen sometidos. Mientras los trabajadores y el pueblo llano debe arreglársela con sueldo de hambre, los funcionarios reciben jornales de lujos. Algunos, como ironía de la vida de este paisito, sus emolumentos son astronómicos inclusive comparados con países ricos. Esto hace contraste con la “Tarjeta Solidaridad” que les entregan a los más pobres, con una ración que solo sostiene la vergüenza de quienes la planificaron y dan. Esta loe sirve de capital y plataforma política al gobierno de turno. Otros “avivatos”, también sacan sus partidas de esta repartición de miseria. La enfermedad que nos aqueja, de medir todo con el signo de peso, nos llega a los tuétanos. Sólo medidas radicales pueden salvarnos de esos servidores que van a servirse con las cucharas anchas y, cuando les toca a otros, gritan y les echan con las de soperas. Es hora de arrojar a todos esos ladrones y simuladores de la administración del Estado y crear mecanismos que eviten que el gobierno caiga en sus manos u otros iguales.