miércoles, septiembre 28, 2011

PASA EN CASA

PASA EN CASA

Recuerdo haber visto, hace poco a un familiar, hincarse para besar la mano a una hermana mayor que él. Para muchos, tal acción resulta ridícula y atrasada. Sin embargo, la considero una muestra de la cohesión familiar, el respeto y el amor que todavía, aunque poco, subsiste en algunas zonas rurales y familias dominicanas.

El actual nivel de violencia que presenta la sociedad no es más que el reflejo de las intríngulis de nuestras casas. En estas reina el desperdigamiento, la insensatez, el individualismo, el egoísmo y el parasitismo. El hogar dominicano, la mayor riqueza familiar y nacional, está en peligro de extinción. Los intereses mezquinos se están encargando de aniquilarlo.

Las actuales familias, comienzan a gestarse no por amor, sino por intereses económicos. Inclusive muchos nexos y relaciones se mantienen por la posibilidad que tiene una de las partes de coadyuvar a la otra económicamente y de la otra, de ofrecer, de forma furtiva, favores, muchas veces, sexuales. Las vicisitudes de la vida tornan difícil, no duraderas los matrimonios de hoy,

Los conceptos sobre los que se forman las parejas del momento son débiles. Raras veces permiten crear familias, menos hogares. Es difícil alcanzar este último entre individuos que deben ponerse de acuerdo, sin embargo, cada cual está esgrimiendo su espacio. Mientras esto pasa, las proles, pagan lo peor de las consecuencias que se desprenden del “tira y jala” de quienes sin deber serlos, llegaron a ser padres.

Aunque a nivel de prensa e instituciones sociales, políticas y estatales se ha enfocado la violencia familiar a aquella que se expresa del hombre hacia la mujer, la verdad es que ésta es mucho más amplia. En ese órgano amargo, en el cual deberían nuestros niños recibir los aprestos de la convivencia social futura, las mayorías de las veces, solo ven, aprenden y reciben actitudes denigrantes, ofensas, rechazos y desprecios.

¿Quién es ajeno a las maldiciones que se infieren hoy contra los pequeños? ¿A quien se le habrá ocurrido llamar la atención en ese tenor? De niño me enseñaron que cuando se hiere la carne, la ofensa es superficial. Ahora, cuando las ofensas se dirigen al alma, como hacen muchos progenitores, se envenena el alma. Talvez este es uno de los principales males de los que adolecen nuestras jóvenes generaciones.

Todos los actores que conforman la actual familia participan de diferente manera, de forma activa de la violencia en que allí se genera. El antiguo pulseo que siempre estuvo presente entre las parejas por el control familiar se ha convertido en una lucha campal entre hombre y mujer. Esta última abandonó la posición diplomática e inteligente de dirigir su hogar. Decidió enfrentarse abiertamente y confrontar al esposo. Las consecuencias de esto, ya las conocemos.

Esta violencia crea mucha soledad, enfermedades, realenguismo y muerte en el seno familiar. Desde el Estado, lejos de abocarse a solucionar esta situación que afecta la personalidad nacional, se incita, apoyando a pequeños grupos que han hecho de la desgracia familiar su plataforma para adquirir notoriedad y dinero.

Estos grupos, cual vampiros, reciben cantidades de dinero, mientras la familia se desangra. Da pena que no haya crítica a aquellas modas que dañan y utilizan el cuerpo de la mujer como instrumento para hacer todo tipo de prácticas. Hay una violación constante a los preceptos de la familia de todos los sectores. Los medios de comunicación son los principales difusores de esta violencia subjetiva. Por ésta, nadie responde, más bien se pasa por alto.

Si queremos tener familia sana, lo primero que hemos de recordar es que somos dominicanos y que nuestra mayor aspiración debe ser seguir siéndolo. A pesar de que hemos perdido mucho, los fundamentos de hacia dónde debemos dirigirnos los encontramos en muchas cosas que queremos dejar atrás. La familia tradicional dominicana tiene cualidades que otras naciones, inclusive desarrolladas, quisieran tener. ¿Por qué no las rescatamos?

La exaltación de los conflictos familiares a su máxima expresión divide y la exponen a su penetración por individuos extraños a ella. Por esto, son muy seguidas las situaciones complejas, con niños a los cuales les han puesto madrastras y padrastros. Nadie quiere y protege a sus descendientes como sus padres, sobre todo, en una sociedad donde el desamor está a la hora del día.

Pasa en casa que, los progenitores, muchas veces, son los primeros que violan la inocencia de sus vástagos, cuando ponen ideas en sus cabecitas que aun no pueden asimilar. Este es un mal muy común y en no pocas ocasiones es usado como herramienta para vejar. Muchos, en su envilecimiento, no son capaces de ver el gran daño que producen en las futuras vidas de quienes deben cuidar. Observe que las personas más alocadas son las más exigentes con otras en lo referente a sus hijos.

La familia dominicana ha perdido casi todo sus posibilidades de repeler los males que las atacan. Sus mismos miembros participan en el agravamiento de sus afecciones. Aceleran su destrucción. El gran acoso reciente que ésta tuvo para desconocer una dirección o cabeza, hoy le trae serias dificultades. Casi por doquier se perdió el principio de autoridad. El respeto está por el suelo. Allí se viven situaciones complejas como, es el hecho de que muchos hijos son los que trazan las pautas hacia donde debe ir su familia. En tal situación es imposible cultivar valores. ¿Qué puede esperar la sociedad, entonces?

Gerson de la Rosa